Quiero aclararlo: la crisis del SENNIAF no es de ellos, sino de nosotros, como sociedad. Todos tenemos nuestra cuota de responsabilidad aun cuando nos preguntemos: ¿cómo hay personas que pueden maltratar a un menor que de por sí ya tiene una vida tan difícil?
Comprender no es justificar. Buscamos “porqués” para encontrar soluciones. Quizá si sabemos qué motivó a una persona a hacer daño sabremos también cómo evitar que ella u otra persona lo repita.
En 1961 Stanley Milgram hizo un experimento tratando de medir la disposición de una persona a obedecer las órdenes de una autoridad, incluso cuando estas órdenes pudieran ocasionar un conflicto con su sistema de valores y su conciencia.
En el experimento los participantes propinaban descargas eléctricas a personas desconocidas cada vez que éstas contestaban incorrectamente a una pregunta. Algunas de las conclusiones me parecen relevantes para explicar la crisis que vivimos como sociedad dadas las investigaciones al SENNIAF por maltratos y abusos contra los niños de los albergues.
· Cuando el sujeto obedece los dictados de la autoridad, su conciencia deja de funcionar y se produce una abdicación de la responsabilidad.
· Los sujetos son más obedientes cuanto menos han contactado con la víctima y cuanto más lejos se hallan físicamente de ésta.
· A mayor proximidad con la autoridad, mayor obediencia.
· El sujeto siempre tiende a justificar sus actos inexplicables.
Puedes sacar tus conclusiones, solo recuerda que no estoy tratando de justificar a nadie y mucho menos de excluir a ningún responsable; de hecho, quisiera que entendamos que todos somos responsables. Esto debe afectarnos como sociedad. ¡Y qué bien que lo haga! Las nuevas generaciones están siendo maltratadas y condicionadas para convertirse en antisociales como respuesta a una niñez destruida y a un sistema que, en vez de protegerlos, los abusó.
Por un lado el estado es responsable. Las asignaciones que hacen los gobernantes para los directores y supervisores de los centros de custodio no siguen criterios de idoneidad sino de amiguismo, favoreciendo que se cause daño a los menores sin que haya un ápice de sensibilidad ante los abusos.
Pero en el otro lado estamos nosotros, como sociedad: padres, adultos, líderes, comunicadores, escritores, cantautores, artistas, sacerdotes, pastores, empresarios…todos quienes somos parte de la realidad del país. También tenemos que hacer una autocrítica saludable.
La autocrítica debe ir más allá porque los abusos no se dan solo en los contextos de albergues y centros de cuidado sino en los hogares. Seguramente, si investigamos a fondo cómo educamos a nuestros hijos confirmaríamos lo que solemos ignorar: los padres dejamos de ser herramientas de educación y nos convertimos en armas de destrucción.
Somos tan responsable por no haber hecho nada antes y por no hacer nada ahora. No solo se trata de salir a protestar o publicar en redes sociales el descontento; eso está bien y es necesario, pero es apenas un inicio; hay mucho más que debemos hacer. Se trata de empezar a cambiar, pero por favor no espere que la aprobación de una ley sea la única solución. No lo es. Una mente maquiavélica sabe manipular el sistema, usar la ley a conveniencia y tergiversar el sentido del derecho.
Esperar que las leyes hagan el trabajo solo nos somete a protocolos políticos que nos dividen como sociedad. Ya empezaron a sonar las voces planteando soluciones. Algunas de ellas, que a mi criterio son estúpidas, tomarán cada vez más relevancia en los círculos sociales…
A ver si me explico: hemos afectado a nuestra niñez, hemos sido permisivos con los directores de los albergues que en vez de velar por la seguridad y bienestar de los menores atentan contra su desarrollo físico, psicológico y social, hemos violado sus derechos y, la mejor solución que se le ocurre a algunos es…¿matarlos? Negarles el derecho a la vida. ¿Aborto? ¿En serio esa es la solución de las mentes brillantes que tienen doctorados y maestría en derecho, ciencias políticas y sociales?
Esta es, sin duda, la oportunidad ansiada que sirve como excusa para imponer agendas muy beneficiosas para algunos, quienes se escudan en los derechos humanos para legalizar un adoctrinamiento inmoral y obtener sumas millonarias a costa de un planteamiento filosófico, maquillado con datos científicos y propuesto por expertos que traicionan la virtud, los valores y la moral, pasando por encima de la soberanía de las naciones, de la historia y de la estabilidad social.
Querido lector, la solución no saldrá del plano legislativo ni de las propuestas políticas de unos cuantos, la solución es que tú cambies. Es que mires hacia tu hogar y hagas las correcciones pertinentes, es que por fin te atrevas a enfrentar las heridas que cargas y que estás heredando a tus hijos. El problema que tenemos como sociedad es lo que quizás Milgram concluyó: a mayor distancia con la víctima mayor nuestra disposición a hacer daño.
El daño lo estamos haciendo porque no estamos haciendo nada y porque, en apariencia, no son nuestros hijos los que viven el infierno de un albergue; sin embargo nuestros hogares también son infiernos para nuestros hijos, las llamas que queman sus almas son nuestra indiferencia, nuestro poco tiempo de calidad con ellos y nuestra incapacidad de corregir nuestros maltratos e inseguridades.
Nunca eres más auténtico que como te conocen en casa. Pregúntale a tus hijos quién eres en verdad. Eso es más importante y más real que lo que indica el título que decora la pared de tu oficina. Ahí, en casa, es donde deben empezar los cambios para que nuestra sociedad también cambie porque es esa la mejor forma de entender por qué pasa lo que pasa en nuestra sociedad.
La psicología detrás de la crisis del SENNIAF es que hemos desplazado la responsabilidad y dejado de asumir la culpa; hemos buscado soluciones que cambien la realidad de otros pero no soluciones que nos obliguen a cambiar nosotros.
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