El sumo sacerdote Jilquías le dijo al cronista Safán:
«He encontrado el libro de la ley en el templo del Señor.»
- 2 Reyes 22.8
Me sorprenden los detalles que se esconden a la vista entre los textos Bíblicos. El sumo sacerdote encontró el libro de la ley. Lo encontró porque estaba perdido. El libro estaba perdido. ¿No le parece irónico? Estaba perdido en el templo del Señor.
¡El libro de la ley del Señor estaba perdido en el templo del Señor!
Parece un chiste Bíblico de mal gusto. Pero así es, justo en el templo donde ese libro mandaba, exactamente en el lugar en que ese libro era leído y venerado, precisamente en el lugar al que todos acudían para conocer la verdad de ese libro y cambiar su estilo de vida...justo ahí el libro se había perdido.
¿Qué haría la gente que acudía a ese templo si ya no había libro?
¿Qué enseñaba el sacerdote si ya no estaba el libro?
¿Para qué existía un templo si el libro que daba a conocer el carácter del Dios al que se le dedicaba culto en ese templo estaba perdido?
Nosotros también hemos levantado un templo. No uno, sino miles; alrededor del mundo millones de personas asisten a los templos a honrar a su Dios, un Dios del cual saben poco, un Dios al cual no conocen, un Dios al que han olvidado.
Pero seguimos asistiendo al templo solo que, tal como lo registra esa particular historia, el libro de Dios, la Biblia, se ha perdido. Sí, aquí mismo, tras las puertas de nuestros templos, en medio de las finas y polvorientas páginas de ese libro que llamamos Biblia se ha perdido la Palabra de Dios. Sea que tenga una cruz en la tarima, una paloma en la pared o una imagen en una pilastra, nuestros templos están más llenos de personas que de la verdad de la Palabra de Dios. Estamos llenos de personas que creen en lo que dice la Biblia pero en realidad no la leen por lo tanto no saben lo que creen.
Las preguntas parecen ser las mismas:
¿Qué hace la gente que acude a este templo si ya no hay libro?
¿Qué enseña el líder, pastor o sacerdote si ya no está el libro?
¿Para qué existe un templo si el libro que da a conocer el carácter del Dios al que se le dedica culto en este templo está perdido?
Yo no sé ustedes pero yo creo haber encontrado ese precioso libro. Y debo admitir que, aun estando dentro de la Iglesia, también lo perdí en algún momento. Pero lo encontré. ¡Encontré el precioso libro de la verdad total! Encontré la Palabra de Dios que transforma la vida, que inspira, que reta el status quo. Me reencontré con una Palabra de Dios que es provocadora, desafiante, atrevida, indómita e implacable.
Antes creía en un libro lleno de reglas, ahora me encontré con uno que habla de amor. No cambié de libro, cambié yo. Me reencontré con un libro que en nada se parece a la rutina y el conformismo, es un mapa de aventuras atrevidas. No es nada parecido a un estanque de pesca, es más bien un mar inmenso e impetuoso cuyas enormes olas me obligan a enfrentar mis temores. El estilo de vida que encuentro en este libro no es ni cercano a ser aburrido, es apasionante y transformador.
Allá usted si prefiere quedarse con la magia de Harry Potter, a mí déjenme con el poder de Dios para hacer milagros.
Yo respeto su decisión de leer historietas de súper héroes que usan sus poderes para salvar al mundo, a mí déjenme con esta Biblia que en vez de ocultar las faltas, las expone, para demostrarnos que Dios usa nuestra torpeza para cambiar al mundo.
Ustedes pueden usar las canciones de la granja para enseñar a sus hijos a hablar y a respetar, yo usaré las historias y canciones de la Biblia para que desde pequeños conozcan al Dios que los creó.
Quédense ustedes con sus libros de emprendimiento, cargados de historias egoístas de éxito financiero, yo prefiero las decenas de historias de gente común que aprendió que el verdadero valor de la vida se encuentra en servir a quienes les rodean, aún si tienen que perder todo lo que poseen.
Sigan ustedes disfrutando de sus motivadores apasionados y superficiales que les enseñan a usar el poder de la mente y a potenciar su yo interno, yo prefiero ser desafiado con un pensamiento más atrevido y confrontador, ese que dice que el mundo no gira a mi alrededor y que si quiero hallar el sentido de la vida debo dejar de buscar en mí y debo empezar a buscar en mi creador, porque la Biblia dice que soy parte de un propósito mayor y que no todo se trata de mí, se trata del plan de los siglos que es más grande que mi tiempo de vida sobre la tierra.
Yo prefiero creer que Dios existe y que con su poder creó los cielos y la tierra que insultar mi inteligencia aceptando que una explosión cósmica creó todo lo que existe.
Allá aquellos que se sientan cómodos con la idea de ser los descendientes evolutivos de un viejo y salvaje mono, yo prefiero creer que fui diseñado a la imagen y semejanza de Dios quien sopló su aliento de vida en mí y me creó con un propósito.
Si ustedes prefieren usar la meditación trascendental para traer calma a su ser interior, úsenlo, y lo digo con respeto, pero yo prefiero ir al secreto de Dios y en medio de la oración entregar mis cargas.
Ustedes pueden acudir a los médicos, intelectuales y científicos para apaciguar sus miedos y dolencias, yo aprendí a levantar mi voz delante de Dios pidiendo su intervención porque creo en lo que la Biblia dice que el nombre de Dios es torre fuerte, a él corre el justo y es levantado. En su nombre encuentro seguridad y esperanza.
Si usted quiere sumergirse en las profundidades del universo de Marvel o de D.C Comic, adelante, a mí me encontrará estudiando el libro que habla de cómo el poder de la palabra creó el universo y todo lo que existe, cuyas proezas no pasan de moda y sus principios no buscan entretenerme pero sí transformarme.
¿Quiere estudiar los escritos socialistas de Marx? Adelante. A mí déjenme estudiando las cartas de Pablo.
Si usted quiere lea “El secreto”, yo me quedo con los Salmos.
Quizá usted lee las novelas que se han hecho best seller en los últimos meses, yo prefiero descubrir los principios trascendentes y eternos que son pasado, presente y futuro, que estaban inspirando a mis tatarabuelos antes de que yo pisara este suelo y seguirán inspirando a mis nietos aunque yo ya me haya ido al cielo.
La Biblia es el libro que usted necesita para vivir.
¿Necesita aprender sobre finanzas? Lea la Biblia.
¿Necesita un manual de relaciones humanas? La Biblia es el mejor.
¿Necesita aprender sobre administración? En la Biblia lo encuentra.
¿Necesita un mapa para guiar a sus hijos por el camino del bien y que los haga capaces de enfrentar los desafíos de esta cruenta sociedad? Siga las instrucciones Bíblicas.
¿Necesita elevar su inteligencia emocional? La Biblia le dice cómo.
Tenemos que volver a poner la Biblia en el escenario. Hablar de ella. Anunciar su verdad. Ya es suficiente con toda la basura que se publica en las redes sociales.
A muchos les parecerá exagerado usar la Biblia para todo, pero si algunos van a las salas de cine a ver a sus personajes favoritos disfrazados como ellos, ¿por qué debería avergonzarnos anunciar los misterios de la fe y los milagros de la Biblia?
En los medios se invita a la gente a participar en marchas que defienden causas perversas y nocivas, ¿por qué debería avergonzarnos invitar a nuestros vecinos a escuchar de la Biblia?
Tenemos que encontrar la Biblia que dejamos perdida en el templo. Nuestros templos deben volver a ser ese lugar de refugio, esperanza y libertad, donde el mundo acuda para encontrarse al Dios verdadero.
Por demasiado tiempo sustituimos la verdad de Dios por las estrategias de los hombres, cambiamos la transformación profunda por los atractivos superficiales y tratamos de obedecer los lineamientos humanos más que vivir en la gracia de Dios.
Necesitamos reencontrarnos con la Palabra de Dios. Ella es la luz, es el maestro, es la medicina por excelencia, es el coach para la vida, es el manual para la eternidad.
Si la perdió, búsquela. Cuando la encuentre, léala. Practíquela y compártala. Siga el mismo consejo que la propia Biblia da:
»Por tanto, todo el que me oye estas palabras y las pone en práctica es como un hombre prudente que construyó su casa sobre la roca. Cayeron las lluvias, crecieron los ríos, y soplaron los vientos y azotaron aquella casa; con todo, la casa no se derrumbó porque estaba cimentada sobre la roca.
(Mt 7.24–25).
Ya que somos el templo donde Dios habita, volvamos a abrir la Biblia y dejemos que gobierne sobre nuestra vida.
Comments