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Foto del escritorIsaac Román

Tú eres la Iglesia

Desde su hazaña el templo nunca volvió a ser el mismo. Con su muerte el templo fue más, mucho más. Sus oyentes no lo entendieron en ese momento, lo comprendieron después. Destruyeron el templo y lo reconstruyó en tres días. Tal como lo prometió. Se mostró como un templo, centro de reunión de la que después se llamaría “Iglesia” y entonces le dio un nuevo significado a la relación con Dios.



El templo dividía al Santo y a los pecadores, al Perfecto y a los impuros, al Digno y a los indignos. Pero su muerte rasgó el velo en una gesta feroz. No fue sutil ni pasiva. El velo fue rasgado como quien tiene que gritar lleno de coraje hasta que le explote la cien después de haber peleado y ganado. Ya no habría separación, se acortó la distancia a menos de cero. Del abismo a la intimidad, ahora habría relación en vez de un precipicio.


Jesús hizo que el templo se pareciera a una Iglesia. El templo era un lugar de temor, la Iglesia es un lugar de refugio; el templo era un lugar de muerte, la Iglesia era un lugar de vida. El templo se volvió Iglesia porque la gracia abundaba sobre la ley, se trataba más de familia de carne y hueso que de columnas de piedra.


Desde entonces confundimos la Iglesia con el templo. Como gastamos construyendo catedrales no nos alcanza para invertir en la necesidad de las personas. La estructura física sustituyó la unidad familiar; los programas organizados sustituyeron la responsabilidad individual. Pero Jesús no buscaba que confundiéramos el templo con la Iglesia sino que entendiéramos que la Iglesia le da vida al templo porque la Iglesia es cada persona.


Jesús se tomó personal eso de ser la Iglesia. Dejó todo, entregó todo. Se hizo responsable de lo que todos se sintieron eximidos. No culpó al mundo del pecado que practicaba, lo cargó en sus hombros. No acusó al mundo de la enfermedad que le sobrevino, la sufrió en su carne. No esperó que los líderes lucharan por la libertad de su gente, entregó su vida para pagarla.


Pagó el precio que no debía, compró vida para quienes estaban moribundos, aunque él nunca dejó de ser la vida. Jesús no entregó todo para obtener algo para sí, él ya lo tenía todo; Jesús no compró la salvación para sí mismo, no la necesitaba; él rescató al mundo que no podría pagárselo jamás. Jesús no era culpable de la condición deplorable de la humanidad pero se hizo responsable, pagó como si fuera el culpable para que los culpables fueran absueltos.


Para Jesús la misión de compartir las buenas nuevas era suya, la responsabilidad de hacer discípulos era suya; cuidar de los niños, defender a las mujeres, respetar a los pobres, tolerar a los letrados, corregir a los engañadores, darle de comer a los hambrientos, sanar a los enfermos, consolar a los que lloran, visitar a las viudas, luchar contra la injusticia y abrazar al pecador eran su lista de tareas para cumplir cada día su misión.


Jesús era la Iglesia. Se metió con los líderes que explotaban a los ignorantes, confrontó a los que se refugiaban en la ley para parecer santos, se detuvo a ver las finanzas y con qué intención daba cada uno. Jesús no perdió demasiado tiempo con los que refutaban su teología porque estaba más ocupado enseñando a los que tenían necesidad y no entendían la doctrina de la religión. Calló en los foros donde cuestionaban sus enseñanzas pero cautivó con sus sencillas y profundas historias a quienes lo escuchaban con hambre de aprender.


Jesús vio al mundo en tinieblas y proveyó una luz; vio a los religiosos peleando por tecnicismos y escogió revelarle a la gente común los misterios del reino, vio a su pueblo confundiéndose en el gnosticismo y entonces mandó a sus discípulos a compartir con el mundo la verdad.


Jesús sabía que la religión no tenía buena prensa, por eso les habló de un nuevo Reino; no les habló de cambios superficiales o políticos sino de la transformación del alma, de la vida del espíritu; sabía que las multitudes se distraían demasiado con los milagros, por eso los mandó a vivir de manera digna; sabía que sus oyentes se confundían con la fama y el poder, por eso los mandó a orar en secreto y a vivir una vida íntegra de bajo perfil.


Un día Jesús le dijo a sus seguidores que se iría. Ellos no entendieron cómo alguien que por fin representaba la Iglesia que el mundo necesitaba, los abandonaría; pero todavía no entendían que ahora ellos eran la Iglesia. Jesús habitaría en sus corazones para que los representantes de la verdadera Iglesia continuaran con su misión. Ahora ellos eran la Iglesia.


Y cumplieron su misión. Fueron llenos del Espíritu Santo y recibieron el poder para ser testigos del incontenible avance del Reino de Dios en el mundo. Y su mensaje nos llegó. Sobrevivió a la historia, a los retos de la edad media, a los desafíos de la era moderna y sobrevivirá a la posmodernidad. La Iglesia seguirá cumpliendo la misión que Jesús empezó.


Jesús encarnó el papel de la Iglesia. ¿Tú lo estás encarnando? ¿Te sientes responsable de evangelizar, discipular y amar al mundo? ¿Estás dispuesto a dejar todo por entregarte a la causa del rescate de la humanidad? Seguramente no podrán pagártelo, probablemente no va a agradecértelo, pero si eres la Iglesia tienes una misión, debes asumir la responsabilidad como si dependiera de ti. Jesús lo hizo, Él asumió el desafío como si dependiera de él y por eso estás aquí.


Tú eres la Iglesia. Tienes una misión. Existes con un propósito. Sin importar lo que el mundo haga o deje de hacer, tienes una misión. Debes encarnar los tiempos, crear puentes y conquistar a las nuevas generaciones. La Iglesia no está acabada ni obsoleta. La Iglesia no pasa de moda porque la Iglesia no es algo, es alguien, es una persona, la Iglesia eres tú.


Y la Iglesia no está extinta como tampoco está encerrada, no puedes retenerla en cuatro paredes porque la Iglesia es como su creador: indomable. Es una luz que rompe las tinieblas, es una columna que sostiene la verdad, es un fuego que arrasa con la mediocridad, es un sismo que conmueve los cimientos de la historia. Por eso ha sobrevivido a los ataques, las pestes, las plagas, las guerras, los virus, las leyes, los sistemas políticos, las estructuras físicas, las prohibiciones, las burlas, la tecnología, la ciencia, la maldad.


La Iglesia es invencible porque la Iglesia es Jesús, Jesús es eterno y Jesús está en ti, por lo tanto tienes el poder para cumplir la misión. Infunde paz, anuncia buenas noticias, divulga esperanza, devuelve amor, comparte el pan, promueve la fe. Cumple tu propósito. Tú eres la Iglesia.


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