¡Soy un papá que no ayuda en casa! Ya, lo dije. Uff, qué bien se siente sincerarse.
Decidí no ayudar a mi esposa con la crianza de nuestro hijo. Y no solo eso, también decidí no ayudarla con los quehaceres de la casa. Me pareció que era poco masculino ponerme a limpiar o a hacer desayuno solo porque ella quisiera ayuda. De todas maneras, no importa qué tan lejos estuviera de la maternidad, la primera palabra que nuestro bebé aprendería a decir sería “papá”.
Ella y yo lo hablamos y ambos estuvimos de acuerdo. No puedo explicarles lo feliz que estaba mi esposa con esta determinación. Hasta lo publicó en sus redes sociales y a diario me agradece lo que hice.
Ahora entiendo muchas cosas y sobre todo, lo importante que el hombre cumpla su rol en casa, de lo contrario la mujer se sentirá incómoda y sobrecargada. Y, ¿quién quiere vivir con una mujer enojada?
Fue así como, en común acuerdo, decidimos que yo no ayudaría con la nueva etapa de nuestra familia teniendo un hijo en casa.
Después de todo, ¿por qué ayudaría a mi esposa con el mantenimiento de la casa si la casa es mía (o de ambos)? ¿Por qué ayudaría con la crianza de Matías si es mi hijo (nuestro)?
Yo no siento que mi esposa me ayuda a criarlo, ella tampoco siente que yo ayudo; sencillamente es una responsabilidad de ambos. Yo no siento que mi esposa ayuda en los quehaceres del hogar como tampoco ella siente que yo ayudo; sencillamente es una responsabilidad de ambos.
Somos un equipo y respondemos como tal, sin esperar que el otro ayude sino asumiendo ambos la iniciativa en todo porque es tarea de ambos y ambos, en común acuerdo, decidimos que sería la cultura de nuestra familia.
Esta decisión acarreó sus encrucijadas en las cuales hay que decidir con poco margen de error. Lo difícil se da porque estamos aprendiendo a sostener valores que no responden favorablemente al estilo de vida común. A veces parece que nos anteponemos a la norma social —sin querer— pero sin poder evitarlo.
Esto es así porque por ejemplo, al sentirme 100 % responsable de mi hijo, debo hacer lo que es mejor para él aunque no parezca ser lo “mejor” para mí desde la perspectiva social. Me explico. Cuando nació Matías, dejé mi trabajo para cuidarlo.
Pensamos: ¿quién educaría a nuestro hijo una vez que el período de maternidad se terminara? ¿Con quién lo dejaríamos mientras trabajamos? A los hombres no nos dan tiempo de “paternidad” por el nacimiento de nuestros hijos, así que la alternativa era seguir con mi horario normal y verlo de noche o verlo todo el día y probar con un tipo de trabajo diferente que me permitiera estar en casa.
Esto me llevó a otra pregunta que seguramente toda persona se ha hecho en alguna mañana lluviosa de su vida: ¿por qué debería trabajar? Sí, claro, entiendo, hay que darles una buena vida a los hijos y cubrir sus necesidades. ¿Necesidades? Cuna, pañales, jabón, juguetes, una habitación, silla para el carro… ¿No?
O nos referimos a necesidades verdaderas como afecto, atención, afirmar la identidad, amor, valores.
¿Son las primeras necesidades más “necesarias” que las segundas? ¿O son las segundas las verdaderas necesidades y las primeras tan solo accesorios?
¡Qué dilema esto de ser papá! Se tiene que enfrentar uno a lo que más valora, tomar decisiones según lo que cree y asumir las consecuencias de ellas.
Consideramos que las “necesidades” materiales no podían competir delante de las otras y por eso, aunque nuestras finanzas familiares podrían verse disminuidas, decidimos que me quedaría en casa.
Claro, me tocó emprender. Aprender a equilibrar mi vida entre pañales y conferencias, entre libros y cuentos, entre una computadora y un balón de fútbol. Tuve que sacar del baúl de los recuerdos las canciones de niños que me aprendí cuando era uno y combinar eso con mis play list de los noventas.
La vida me cambió. Desde el 04 de junio del 2019 mi vida entró en una nueva etapa, el nacimiento de Matías me hizo ver otro lado de la vida. ¿Me cambió él? Pues no conscientemente, él no hace nada más que ser solo él mismo, siendo un niño indefenso, curioso y feliz; pero su presencia en nuestra casa ha cambiado nuestra casa.
Dos años después de la llegada del pequeño cachetón y de haber decidido quedarme en casa para asumir la responsabilidad de criarlo, no me arrepiento.
A veces siento que la gente me mira salir de casa a las diez de la mañana, con Miyagui (nuestro perro) tirando de una mano y con Matías tomado de la otra, caminando y dando un pequeño paseo y se preguntan: ¿a qué se dedicará este tipo? ¿será que su esposa lo mantiene? Y bueno, me gusta decir que sí, que ella sale a trabajar y yo me quedo de “ama de casa” pero todo se debe realmente a esa decisión de la que hablé al inicio (todo suena muy lindo pero créanme, cuando el día termina y quedo tan cansado que no puedo ni dormir, me pregunto: ¿cómo hizo mi mamá para tener cinco? Yo apenas puedo con uno).
Tengo horarios diferentes, mi vida no es por ningún lado un fluido descanso. Hay que aprovechar oportunidades, crear otras, hay que mantenerse activo y saludable pero sobre todo, hay que saber equilibrar las demandas de la vida. Pero puedo decir que valoro el regalo de ser papá.
No renuncié a mí para darme a mi hijo, sencillamente hallé la manera de asumir mis responsabilidades sin excusarme y sin detenerme por el cansancio y entonces, siento que más bien me encontré conmigo. Estoy aprendiendo a ser papá, entendiendo que es mi más importante responsabilidad por encima de lo demás y que, su vida está en juego, que le tocará enfrentarse a un mundo no tan bueno y por lo tanto, debo prepararlo para enfrentar los gigantes, para perder algunas batallas para que entonces, sepa como ganar la guerra.
Muchos años después, quizás cuando sea anciano, escucharé la palabra “papá” de boca de mi hijo; sonreiré y recordaré que fui suficientemente hombre para estar presente cuando dio sus primeros pasos, cuando se cayó de la cama, cuando se hizo popó en el baño o cuando lanzó su primer carrito desde el balcón.
Esa pequeña palabra resonará en mi alma haciéndome saber que, sin importar el riesgo material o financiero que me corrí al vivir la vida como la viví, pude estar para él, asumir la responsabilidad de un nuevo ser humano en este planeta, que fuera educado por sus padres y no por una pantalla; lo escucharé decir “papá” y lo disfrutaré, como cada día que me llama, y sabré lo que sin duda él sabe: que no soy para él un escritor, un psicólogo, un pastor, un consultor o cuanto título todos creen que importa, para él seré sencillamente “papá” y no hace falta más nada para contar conmigo. Soy su papá.
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